Quizá no muchas, pero alguna vez habrá visto de cerca cristales de hielo, o los copos de nieve que los contienen. Sus formas son de una belleza extraordinaria. Son simétricos, transparentes y reflejan la luz como las joyas caras. Pero mejor que ellas, pues introducen elementos aleatorios que eliminan el aburrimiento de las formas perfectas.
Las moléculas de agua tienen dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Los hidrógenos están unidos con el oxígeno por un par de líneas que forman un ángulo de 104,45 grados. Las moléculas a su vez se enlazan entre sí, con fuerzas pequeñas, formando hexágonos. De ellos salen radios sobre los que crecen nuevos hexágonos, repitiéndose unas cuantas veces en una estructura entre fractal y cristalina.
Su belleza deriva de la simetría. Nos gustan los cristales, conjuntos ordenados de moléculas que reflejan y parecen guardar la luz que nos permite verlos. Los cristales de hielo se forman cuando el vapor de agua pasa directamente a la fase sólida y se deposita sobre una superficie ya muy fría, como un río helado. O en la alta atmósfera, sobre partículas sólidas de polvo, sal o sulfatos.
Cómo la de otros cristales, su belleza procede de cómo transforman la luz que cae sobre ellos. En los cuentos tradicionales de los países del norte es común que aparezcan varitas mágicas que desprenden una luz misteriosa. ¿La luz de los cristales de hielo? ¡La naturaleza es única a todos los niveles!
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